Hasta retorcerse
Siempre me escribe a la hora de comer, de cenar, o a la hora de la siesta nocturna. Tiene tanta hambre de compañía y de nutrición, que no hay día que los relojes se equivoquen, se giren hasta retorcerse para dar las campanadas, y anuncien un nuevo mensaje de texto con la armonía de una vibración esperada y confusa sobre la mesa de la biblioteca, o a la hora de la cena. Sigue. Y de nuevo, hoy tampoco me equivoco: tienes ganas de quedar, de devorar, de comer toda la carne que se te ponga por delante. Tú y tus caprichos. Yo y los míos.
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