Exquisitez
Díos mío. Es que te digo que no sé describirlo. Entra el aire por la ventana, por la izquierda, y mueve el pelo hacia la derecha. Y la música me entrar por los dos oídos, en dirección extraplana. Llana. Me sube, me baja. Y me acompaña. Otra oda más. Porque es el placer más exquisito. Porque sí o sí, dejo el mando del equipo de música todas las noches sobre la estantería de mi cama, y cuando me despierto, estiro el brazo derecho, la mano lo recoge, pulsa el botón del extremo derecho, y aparece la luz azul al fondo de la habitación. Música. Mi música.
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