La espera

La estaba esperando abajo, con el coche. A pesar del contratiempo de dos días antes, ella ni pensaba en ello, ni quería, ni podía. Bajó corriendo a buscarle, y sin dejarle apenas hablar, le cogió de la mano y le llevó a su apartamento, abrió la puerta de triple cerradura, abrió la siguiente, y otra más, hasta llegar, corriendo, a la terraza. Desde el sexto piso ya se decía todo: el atardecer en una ciudad cualquiera, un atardecer incluso bonito si las nubes estaban contaminadas. Quería compartir esa visión con él, y así lo hizo, poniendo en marcha el Carpe Diem que un día se propusieron en un parque de la esquina. Él, aun arrepentido por haber creído que todo estaba perdido, no cenó apenas nada esa noche, como semanas atrás, cuando se vieron tiempo después de conocerse. A él, la ilusión de ella le volvió a agarrar, como de costumbre, hasta llegar al punto de sólo respirar para seguir presente cuando llegara el momento de volver a verla. Lo que ninguno sabía, era que aquel atardecer era el primero de tantos otros, de tantos besos que se quedarían, como mínimo, en un recuerdo. A ver dónde resucitamos al alba, ojalá que sea lejos de aquel desierto del miércoles, ojalá sea aquí o allí, pero, de nuevo, junto a ti.