¡Olé!
Cuando ves esa cabeza, esa ausencia de lo que Sansón presumía, esa blancura a la que le obligan alejarse del sol o todo parecido, los esquemas empiezan a cambiar. Puedes compartir unos minutos sólo para darte cuenta de ello, pero incluso con un segundo de rápida mirada al entrar en esa habitación, ese recuerdo aparece y te pincha para el resto de tu vida, te machaca repitiendo que los hay que lo pasan peor. Y tiene toda la razón. Cuando ya llevas un día, consigues adaptarte e ignorar tus propias quejas, viendo que la persona de delante es la única, a setenta y tres kilómetros a la redonda, que tiene derecho a gritar al mundo que dejé de girar en sentido contrario con unas tijera de peluquero entre sus cinco continentes. No te calles al hablar de tu anterior pelo por incomodidad o vergüenza, trátale como uno más. Yo te lo permito, y lo que es más, te lo pido. ¡Olé tus cojones!
Comentarios