La siesta no es internacional
Y el día en que me encontré, tras viajar por los departamentos opuestos, en una casa del oste de Francia con una anciana que dejó de lado su higiene por la de sus tres gatos y tres perros de refugio, alegando un "ma vie n'est que mes animaux", supe que esta sería mi profesión. Una casa de campo con un galgo tumbado sobre un sofá de vertedero (no exagero, de vertedero), la mezcla de la hora de la comida de un animal y una persona y lo que ello conlleva, un gato negro al final de la tumbona que se confunde con el principio del jardín y su rivera de la casa de Le Mans, sus futuros cambios de humor tras una semana alejada de sus animales y del círculo de atención, y el quemazón y la nostalgia de los kilómetros que la separan de ellos, la visita de un plato de comida gatuno "le gran chef" al lado del mío cuando desayuno, el olor a carne muerta y cocinada (cocinada antes para ellos que para ella misma, por si cabe duda), el desfase del tiempo y el (gran pecado y) olvido de que la siesta existe después de los quesos, verla sentada en el suelo del salón y no en su sillón porque sus animales se han regocijado en los muebles moldeados para personas, en los muebles que antes eran suyos y ahora son de ellos, la pérdida progresiva de interés por ese hobby tan grande, llamado decoración, que le volvía loca, visitar al veterinario cuando está enferma acudiendo cuarenta y cinco minutos antes de la cita previa que le han dado por no ser consciente ya ni de los relojes, dormir en un colchón a ras de suelo abrazada a ellos, acariciarles mientras se come el melón con la mano derecha para luego dejar de comerlo y dárselo a sus queridos -no vaya a ser que pasen hambre-, mis dos únicos trapos estampados recubiertos de sus pelos, de ellos, ellos, ellos, y el mejor aporte de estos dos meses sin haber llegado aún a mis diecinueve caídas de hojas:
¿De verdad crees que la siesta existe en la burbuja de una persona que padece de un síndrome? La siesta no es internacional.
Y ahora, la suma asciende a cuatro gatos.
Merci à Mme Lilly pour m'avoir enseignée, sans s'en rendre compte, à utiliser la graduation.
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