Como boca a piruleta
Qué inmensa estupidez, o ingenuidad, diría él. Se arrastran las sillas y la de al lado se siente mal, abraza a su novio, y se miran como boca a piruleta. Sonríen y se aspiran, se acarician, y vuelven a estirar los labios. Y se arrastra la silla de la primera planta, la de la mía, luego la del foso, y sus ojos esquivan libros entre estanterías de color rojo; buscan teorías y marsupiales parecidos a tus contornos, y ni mensajes ni radar encuentran la respuesta. La de enfrente mira a su móvil y trastea con él, sonríe a la de enfrente, y sus ojos vuelven a bajar para ver si hay señal. Tampoco la tiene. Se coloca el jersey, juega con su barba, y observa. Observa por encima del portátil ajeno la operaciones del entorno, con sus sumas y restas, las risas de las cestas. En la primera planta, llenos de libros; tras ellos, uno más uno, de nuevo. Y no sabe si callar. Ni operar. Gilipollas. Ni hablar.
Quita la carpeta, que total.
Anda, tira, y sé egoísta.
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