El lobo, con su buga

Estaban sentados en la mejor terraza de la Calle Argumosa. Las inyecciones del azucarero sin ser siquiera camarero, las sillas con sus rajillas y el culo frío en consecuencia, los guantes en la mesa por dejar tocar a las manos el calor de la cafetera, sin ser siquiera. Paseos sin rumbo fijo, los mejores de todos.
Y se lo comentaba. Le resultaba totalmente nuevo, nunca había llegado hasta el punto de tratar así, con tal simplicidad. Y pensando en alto, le comentaba que en un pasado habría dicho que las palabras cariñosas así de sencillas, se quedarían cortas, indecisas, y difusas.
¿El pastel sin su azúcar glaseado, el café sin un color amarronado; las ventanas sin sus contraventanas y las persianas sin sus miradas? De eso nada. Había más edulcorante que nunca.

Y le han cambiado los esquemas: ese punto ha llegado, y esto, esto es una constante evolución.