Uno, dos tres,...veintidós con tres
Han pasado diferentes versiones por el análisis pero todas llevan a lo mismo: el cuero sí se puede coser. O al menos lo confirmaré cuando continúe con esta historia. Se empeñaba en que no era posible, en que olía mal, y en que en ninguna cabeza cabría la idea de meterlo sin conocerlo de nada en casa. Y menos, en llevarlo a cuestas. Pero yo reafirmaba aún más mi postura, cuanto más se negaba, más insistía yo. Como siempre, incidiendo en verle. Y cabezota cual pelota, que sí, que bota, que te digo que bota. Y mientras, me observaba, con sus veintidós con tres agujeros cutáneos y el desvarío de un desmadre que ni por arrastre se asomaba a la suela de tu cremallera. Con la cicatriz de un dolor desconocido, vaya lío. Posado sobre las maderas del techo con la percha y con todo su imán infranqueable. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Por el interior?: peor de lo que daba a mostrar. Y me llamaba, sin color, me llamaba. Sabía que iba a ser mío, y aquí está ahora, al lado mío, si ya te digo. Y aunque no tenga la boca bien sellada, qué más da si tiene más vida que la tuya y la mía juntas. A saber por cuántas manos ha pasado, cada una mejor que la anterior. ¿En cuántas camas te has posado?. Echa cuentas. Que no, que no va a terminar entre similares, y menos si tenemos en cuenta la materia de la que está hecho, ¿me oyes?. Que cierre o no, por mucho que me lo ponga difícil, me lo quedo, me lo llevo, me lo llevo. A todas partes. Con o sin ritmos africanos, mañana vive. Por mucho que no sepa de él, confío y desdoblo, quito el freno de mano, y empezamos. A meter mano. Y créeme, que en cuanto pueda, le presento a Julia y ni se entera de sus cicatrices, ni de la interna ni de la externa, ni de la salsa que le mueve ni del hombro que le lleva, ni de derechas ni de izquierdas, ni de pasado reciente ni lejano, ni de cervezas rubias o bebidas turbias, ni de viajes anteriores ni de canciones por bailar. Aquí, las cicatrices no cuentan ya.
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