Calcetines colgando
Cada día las novedades me dan más. El tiempo pasa y la paciencia se acaba. Cosas nuevas, nuevas esquinas con visitantes hablándome de su paseo por Complutum o escuchándome junto con la Medicina Renacentista de la época. Y hoy, hoy ha llegado y me ha sonreído, la nube, nos ha mirado. En apenas doscientos metros (los que comprenden los dos patios del antiguo Colegio Mayor), me ha alegrado la noche y el día de mañana con su noche de día, con su puta noche. De ERASMUS se fue y de viajero volvió, y hoy, hoy ha caído en mi visita. Doscientos metros con una orientación hacia los nuevos cambios. Y es que se aburre con la rutina, se aburre paseando por las mismas baldosas y sin horizontes marcados aunque no estipulados. Se aburre sin viajes. Se aburre. Paseó por La Latina y se perdió entre mochilas de cuero más que descosidas, para darse cuenta, con un simple gorro no precisamente de Cenicienta, de que, de nuevo, eran las novedades las que daban y aportaban, lo que buscaba. Los calcetines de rayas se asoman por su mochila y sin pensármelo dos veces le pregunto por ellos (demasiado espontánea, nada raro). Ríe. Y todavía, todavía nos quedan más metros por delante. Adelante, que la próxima visita no la hago hasta dentro de cuarenta minutos. Que hasta el próximo patio nos quedan cincuenta y dos metros. A las punto, a las en punto, me junto. Cocktail tostado al horno y zapatillas moradas compradas en Alemania, un guión estipulado más que alterado. Un paseo por Madrid para conocerse mejor con rayas en las tetas. Y es que, es que con esta ciudad, joder, lo fácil que es. Poned vuestro tema favorito en los cascos, las gafas de sol y andad por Madrid: lo entenderéis, con, o sin calcetines colgando.
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