Andar no es correr, tal vez

Porque escucho un ‘viene y va’ y me acuerdo de ti. Entró por mi ventana y se fue una mañana, y ya hoy me da igual. Me la enseñaste tú y yo te abracé esta mañana para sacarte esa sonrisa que te mereces más que nadie. A veces actuamos como no debemos y hacemos lo que no queremos, pero de errores aprende el ritmo de uno.

Los calcetines están doblándose en mi cama solos pero les cuesta: el edredón les coge y se los lleva suavemente a la caja de tela del armario para cerrar de un portazo el cuarto y volver a irse por la mañana desconectando después de dejar las rayas en mi fotolog. Y escucho al grupo y me da hipo, porque la pena está siempre pegada al suelo y hay que soñar con el allá por muy difícil que sea encontrarse a uno mismo cuando se está perdido. Recuerdas. Que le follen a movistar y a los ruidos del móvil, que viene y va, como una idea, como un estribillo, como un recuerdo, igual que los problemas por la noche y la música sin ritmo. La llave apunta al niño de madera de corona azul y gorro amarillo, y la única ventaja del pomo nuevo es el efecto de ojo que contagia al reflejo. Desconecta el cable y déjame vivir en otra parte, sentarme en la cama a ver los pitillos y trasladarme con una revista ajena a España hasta que el tiempo me lo permita. Ayer el sándwich de la tarde me supo a glotis. Me ha llegado un mensaje que ha ganado a todos. El bonobús se ha chocado con la mesa y se ha caído de ella para que los libros tambaleen y las manos se quejen del peso. Cuando corro por las mañanas hacia el autobús, las cosas no marchan bien.