De cabeza a la esquina

Todo tan correcto que no sé ni qué significa perfecto. Acomodar y ver la habitación de Francia sin permiso ajeno a mi voluntad. Explotar y contar que no hay más que dar. Si lo único que queda es esperar. Pijamas más que puestos, calcetines deshechos, películas ensordecedoras y gemidos de última hora. ¡Vaya! ¡justo cuando proponía! El batido de plátano se queda frío y me hablas de casas diferentes e igual de incompetentes. Te desplazas hacia el otro bando y miras a la esquina como los caballos marbellíes y la ronda de los síes. La ventana, al mar. La puerta, a cerrar. El calendario se apaga y la luz se gasta. El santo inocente sigue en prácticas y hasta dentro de dos años no será coronado monitor de grado. Quirúrgica se atraganta y el estuche se mancha. Que lavo las sábanas, que pongo la lavadora, que quito los olores, que malgasto la vida, que freno, pero aún así, te adelanto. Vista al futuro evitando remates como los de hoy, educando con perseverancia y hablando de la fruta desde primera hora de la mañana cual grupo psicopedagógico. Vienes y lo quieres arreglar, te das la vuelta, y te vas. Rubén, niño de treinta años, agrafes de cráneo y todo, no más que momentáneo. Que lavo las sábanas, que pongo la lavadora. Todo tan correcto que ya no sé ni lo que significa perfecto. Más frío aún. Voy dejar todas las luces encendidas para ver tu reacción y ahí sí reírme en tus ojos. Voy a contar hasta veinte mientras hago el análisis con guantes de la talla seis/siete. Voluntariado, deriva de voluntad. Crúzame las velas de la mesa y aspira la bola del mundo naranja para confundirla con la bandera de Irlanda. Trepa por el 'chocolat Menier' y llega a la lanza de Don Quijote colándote por la rendija del aire acondicionado. Y mírame desde allí. Porque las cosas se ven pero no se quieren decir.

¿Para cuándo el estudio compartido?