La admiración de la gente
¿Cómo me voy a caer si ya estoy fuera? Mañana, me habré ido. En el Consulado, el número treinta ya, y esperan a la comida basura. ¿Qué hora es, en el paraíso? Son las cinco en Malí y en Tokio, y la comida sigue saliendo por la boca de todos los ciudadanos indefensos. BaiZinka. Huelo a pulpa de granada según Amadou, y la abuela sigue en el hospital, pero todo va bien. Sí, que todo va bien, te digo. Y espera, espera al Estado Civil. Cine de París. Son ya las doce de la noche en Tokio pero en Malí las agujas de la cinco se han parado. Un ascensor para el pastel, por favor. Las entradas del dos se suman a la Blanco en Noche y volvemos a recordar los pasajes previos a la Navidad mientras nos escribimos sin hablar de reencuentros. Dabas un beso embriagado y luego te arrepentías de no percibir el mismo olor que la noche anterior, la oficina cerró sus puertas y perdiste el metro por no saber lo que eso era. ¿Qué hora es, en el paraíso? Enciendes los altavoces de tu mesa y te quedas mirándome. Al rato, en el sofá, me abrazas mientras Konstanze se muere en la pantalla de Berlín. Y no me dejas levantarme. Te quito las palomitas, y subo el volumen. Aznavour habla de bohemios, y yo, cojo mi bici, y me voy. En el azar del día, me voy a dar una vuelta a mi antigua dirección y tiro el café de crema. Dime ¿Qué hora es, en el paraíso? Lyon, hoy, es Madrid.
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