El primer pedaleo
Ayer me confundí entre ruedines así de grandes. Más de ochenta personas taponando las vías de escape, el agobio, la ciudad en ebullición. Chalecos sin amarillo, choques de cabeza contra la acera, violencia, alcohol, pero eso, eso era lo peor. La sensación del pelotón, del refuerzo, del ascenso. Menéndez Pelayo pasó por Chamartín al ritmo de nuestros pedaleos, con, o sin mareo. El taxista se alteró y salió cual coliflor. La gente, bajaba del autobús, desistía, se hundía. La crítica de la bicicleta inundó el centro. La chica, con su bicicleta de rayas, la chica, con la niña dormida en la sillita; el gorro, acompañando, las gafas, insinuando. Al sol. Mira al oeste, que para ti es tu este. Borra esa música que no ha sido bien bautizada mientras escribes. Y rememora el primer pedaleo. Enfoca sin cámara, habla con él. Dale tu grupo, recibe el suyo. Mira la pancarta, cómo cuelga. Sonríe al ambiente que has encontrado. Regocíjate. El ideal.
Llega el pelotón a Cibeles; el nuestro, sale de allí. La gente reivindica, se une, explota, defiende. La policía se altera y se queda sin participar en la revolución. Nosotros, al pelotón. Más de dos horas con pitos y silbatos, tipos y patos. El altavoz, acompaña, te recorre, te anima, te sonríe, te mueve; el monociclo, te repasa. Accidente. Baja, ayuda, cura. Y sigue. Seguid. Seguimos.
Cada jueves, la sensación te sube, y el orgasmo se crea.
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