Es veintitrés, a las trece treinta y tres
Y te vas. Y me cogías y me hablabas de mosquitos y metafóricas raras con un acento similar al italiano pero propio de islas que ahora Daniel disfruta. Llego, venga, que me deshago la maleta, que en dos horas llegan. Y la mano enciende el botón tras activar el acelerador de la persiana y querer escuchar una canción. Pero sé que la maleta va antes y los souvenirs deben posicionarse. Y el enfoque a los ojos aparece y un nuevo contacto se estremece. Se tiene mala suerte y se conoce cuando los días pasan y están contados. Se tiene muy mala suerte por no compartir mas que tres noches con Grecia plantada en Berlín. Y hablamos de dos mujeres de vídeo y de planos difuminados, esperando al rojo del marco. Y se ha quedado una cosa allí. Y se han quedado dos. Una voluntariamente, otra sin oportunidad razonable de acción. Y me suda la razón. Y no podrías venir de un país más lejos, ¿tú?. Y el móvil se llena de vocablos nuevos, de sus pronunciaciones. Y la barra de búsqueda sigue bajando, inventando tu nombre. Y me desconecto como te avisé. Y da miedo que esto se quede ahí. La maleta sigue en el hall y las llaves en el colgador. Pintura y maderas nuevas, grapadora manual de 15mm permitiendo tornillos, nueva posición para estantería, y la hora, aquí, es la misma que allí, y la hora, aquí, es una menos que allí. Y me siento en medio de los cuadrados y me recreo aun haciéndome más daño. Pasé por Londres ya, y ahora qué. Un hombre me abraza por la espalda y la azul de oro resuena. La fecha de las tres torres se quedó en catorce. Y estamos a veintitrés y no pregunté ni tu fecha de nacimiento. Yo, yo escuchaba esa canción mientras estaba en tu cama, mientras probé la primera droga, mientras la ágora hacía temblar el catre del cuarto piso, del cuarto portal, de la Platz de las galerías de Marx. Y tu humor era parecido e inventabas posibilidades de despistaje sentimental. Y como masoca sin sinónimo, enciendo el altavoz y hablamos de enfermeras de juventud, como aquella cuarta repetición del mismo disco, como aquella habitación de camas ocupadas, como la nuestra destartalada. Y se cayó el portátil al suelo. Y nunca te cansabas, mejorabas, escapabas al Mauerpark y yo metía el pijama en el próximo destino. Y quiero clickear y buscar al uno de mayo ahí, ¿y si no está?
Yo que sé, qué será.
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