Para abuchearles y morderles los labios
Te escribo periódicamente por no sentirme mal conmigo mismo, por engañarme, supongo, por engañarte, indago. Me he gastado más de ocho putos euros en ti en lo que llevamos de horas, por sentirme bien conmigo mismo, incido. Llego a casa y estoy, pero estás. Aunque no te vea, créeme que estás, que apareces de repente igual que saliste indecentemente. Saliste de mi cuarto y fuiste al baño. Saliste en bragas y acompañaste mi mirada. Te digo que eres grande, me hago pequeño, pero no me creo. No puedo serlo. No puedo estar haciéndote daño, porque me importas más de lo que hablo. Te escribo porque lo necesito, para borrar la conciencia y meterme con los remordimientos, para abuchearles y morderles los labios. Fuertemente, como sólo tú sabes hacerlo. Y me siento mejor, al menos por unos minutos. Y apareces otra vez en bragas, me hablas en palabras incomprensibles y me vuelves loco con esas características que sólo los profesionales saben afrontar. Hice mal y no lo quiero ver, prefiero sentir que te tengo ahí. Aunque sepa que te voy a terminar perdiendo. Aunque sepa que después de unas semanas, o quién sabe si de unos meses, me arrepentiré de haberte quitado las bragas y de haberte mostrado indefensa al mundo. A eso que tú y yo llamábamos nuestro mundo. Nuestro. De haberte dejado en bragas.
Y las cuentas no me salen y los números se reducen a cero. ¿Número real para los matemáticos? Número jodido para los tentáculos. Aunque sepa que te voy a terminar perdiendo. Aunque sepa que ya te he perdido.
Y le has echado un par de narices y has aguantado como una grande. Y me he mirado la barbilla y me he quedado con más de dos astillas. Te hice daño. Le hice daño. ¿Resultado? Me autodaño.
Pero por no sentirme mal conmigo mismo, te escribo.
Comentarios