La hija
Vale ya, vale ya de poner en la boca de otro las palabras
ajenas a ésta. Nos tienen encuadrados y enfrentados al muro de sus letanías, más
que largas e insistentes. Entrar en el baño y olerte a ti, a mil kilómetros de
aquí. Pasar por la entrada y que me digas que lo he hecho muy bien, para
preguntarte un por qué. Ella, de color, sentada, viendo el ordenador. Dialogar
y ceder, qué gusto da, sintámonos bien. Más nerviosa que una gelatina de esas
que Alejandro mete al congelador con un palo para luego comérselas cual helado.
Lógicamente, ponerse más nerviosa que ellas no cuesta nada. Cómo cambian las
cosas con una simple llamada. Cuarenta años después, apareció de la nada. Le
sonríe, le pide paciencia, le pide autoridad, pero seguro, le querrá. Hacer
feliz a los demás es más importante que trabajar, imponer, adiestrar.
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