Plasmar desigualmente

Escribo por refrescarte, por no olvidarte. Tengo una casa en Madrid, dos sin ti. Una red que nos envuelva, que nos registra. Un nombre de queso que no entiendes, junto a la servilleta de la sonrisa contagiosa robada El Corte Inglés de Nuevos Ministerios. Empieza a anochecer y no somos conscientes de ello. Tú estás conociendo la ciudad, mientras yo juego a ello. El pie izquierdo subido en lo alto, palabras pronunciadas mientras son escritas, una mochila morada y negra, una saeta de dirección. Un amigo tuyo que vive aquí, una visita porque sí. Una personalidad que supuestamente afirma realidad: hoy, verás.

Llegar y encender el ordenador, hablar en inglés, ver que sí fue. Cortar a la mitad por dar prioridad al descanso, dejar el caramelo en la boca sin importar lo que toca. Oír la bolsa crujir, pie izquierdo bajado. Un boli robado, un boli, al día siguiente, encontrado. Nuevas tecnologías que salvan tu vida, un papel que no pierde su sentido. Unos ojos de invierno que conocen Madrid, un cuerpo italiano con olor desesperado. Un olor, quebrado.