En dos días

Mientras aquí, incluso en la noche, la gente ve tan tranquila la televisión sentada en el taburete de su casa, allí se estalla. Mientras aquí, unos ríen por la cena compartida, otros comparten la cena, y otros brindan por ella, allí la gente corre. Por algo mejor. Mientras aquí la gente pierde el tiempo delante del ordenador, y calienta la comida en el microondas, allí la gente invade las puertas y penetra dentro de ellas. Grita y pide, sin ya suplicar. Por qué. Si sabemos el final. Ironía, dirás. O tal vez no, quién cabrá en el cubo del desierto español mientras la alarma estalla los oídos y las piernas tiemblan por buscar un ritmo que echan de menos. Por llorar a algo ya llorado. Por asentir a las conversaciones comunes, a los movimientos alzados, a la unión del cuerpo bajo un grito desesperado. Mientras aquí el microondas sigue sonando, la comida se va enfriando allí. Las bocas hacen huelga y el metro se detiene por mirar a la gente. En tu cabeza. En tu cabeza. En tu cabeza.