El edredón, amarillo

Tender a recordarlo con nostalgia. En lugar de con una sonrisa que tú me pusiste. Sin perfeccionismo y por lo tanto sin aburrimiento. Y con tu sonrisa. De vestido de mono. De negro intenso. De brazos descubiertos. De una voz indescriptible. De un ritmo repetitivo de guitarra. Con tus cervezas de volante y retrovisor. Un intenso acercamiento al arte y al alemán. Al volar de la crisis. Al follarme entre mareos una madrugada. Unas mallas para ti. Una casa encendida para tu pared. Un pilot que te escribe. Un pelo rapado y atrevido. En el diván de tu casa. Un gel rosa. Un champú de Los Alpes. Y me emociono en el anfiteatro de la ciudad de tus estudios. Y recuerdo que tengo que sonreír, siempre, siempre, al recordar algo. Porque tú me enseñaste eso y mucho más. Con el puntillo en el barrio alternativo. Contra la verja. Enséñame el concierto del garaje y el perrito caliente de la esquina. Tu olla con arroz. Sin ropa en el sofá. Tu cigarro de liar. El armario blanco de tu pasillo. El edredón, amarillo. Quitándome las prisas. La reivindicación. La ropa. El pelo. La lengua. El arte. Y el edredón.
Y el edredón.