La baqueta
En menos de medio folio te toca expresarte.
Vete a tomar por culo. La expresión no tiene límites.
Me he gastado los últimos cincuenta y seis, en ti. Te chupas diez con uno. Cuello estirado y gafas de coña. Un pelo al viento y el otro por compañero. Avenida americana al final. Paro. Y qué dirán. Paro. Dársena; te leo a medias, mierda. Y escribo hasta el poste como si de horarios se tratase. ¿Hoy? Sábado. El cuatro, el dos con el uno: pues a las siete entonces. Venga, que son diez minutos. Excursiones de las que te ríes. Apago el móvil: llegará. Ay, pero si tengo croissants. Pausa. Y carga la recarga. Te saco del bolsillo. Que te imaginaré (en la cama). Usando el puntero del tablero. Qué dices. Qué pensamiento. Qué velocidad inicial. A mí sí que me gusta cómo vas. Entre los vinos de palabra. Y la estantería, de la nada. El descorchado, y el tomado. La cabra, su suelo, la no-croqueta, su patio bailando, su foto tapiada, su barra desconsolada de la tercera edad, su espejo aquí, allí, y allá. ¿Uno menos? Y una mierda. Ganas a cualquiera de mirada cuadrada. Entre las dos sin ti. Te quiero a ti. Me apetece a ti. Gema Fernández. Hostia, que llegan los sesenta minutos a su fin; así, como quien no quiere la cosa. Te debo diez meccheros, mechones, tres mil rayas en la cama, una espuma bajada, y unos vídeos inspirados. Qué cocino. Qué comes. Ni blues, ni hostias: hoy, cama. Se me adhiere el olor de tu boquilla. Abre, la boca. Que hoy nos sobran los recuerdos.
Una línea, y tú, en ella.
Coge
la baqueta.
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