Dónde

recital:
Lavapiés, Madrid
----------- 16 diciembre -----------

Ciento noventa y uno

Y pienso en escribirte. Y digo que por qué no. y digo yo. Y sale. Se abren los apósitos, y sale, junto con el podcast de septiembre. ¡Eh! ¡que me pego la hostia! Ciento noventa y uno. Y verde. Boca. No. Mano. Sí. ¿Respiración? pues también. Pues tú. Sí. Pues tú, también. Ligadas dos virtualidades reales. Yo no sé de eso. Voy hacia el metro. Se va parando. Me voy acercando. Y me siento en el suelo. Trenzas negras a la derecha de niña pequeña. Botas de borrego. Y se sienta. Y me dice algo. Y, como no, le sonrío. Me vuelven loca los negros. Y tú, con ellos. Pide el mechero, suelta la oreja. Es tiempo de llamadas. Que cómo las llevas. Que se les va el volumen de la voz, y yo, voy, y me cambio de dirección. Convirtámoslo en noche de escritura, flexo, intenso, y negra de servilleta. Convirtámoslo en mi media hora, en mi media respiración. Y esforcémonos por intentar revivir, por casi última vez, lo que está apagándose. Espera, que suena su otra canción. Toquemos y recuperemos la guitarra de tu negra, puta, y santa tela. Oh Dios, sí. Confieso. El desastre. Consumamos de una vez los sesenta minutos: si nadie te contesta, opina el por qué. Mírame, con tus gafas de patillas rosas. Y vayamos lentos, descansando. Mierda, tragar algo de distancia de orientación tan expuesta. Y veintiocho, pero digo que ya todo y nada es posible. El trailer de la raya metálica, la voz de chica. La imponencia. Quiero y no quiero. Quier más y no quiero menos. ¿La forma? La desconozco. Y suda la derecha. Vaya tres bares en raya. Que llega. Dios, que llega. O sea que un cuatrimestre dado por lo plástico y visual. O sea, que se está quitando la pintura. La puta pintura. De tus manos roídas. Del asa colgado. Del llavero. De la servilleta cuadrado. Agarrando bien el asa. Pues será mi momento. ¡Pero si yo me controlo! No quiero un mes sin sexo, Prevetong. Atenta a la parada. Y me rayas. Te vas con tus rizos a otra parte, y, a mí, se me acaban las hojas. Cuando es lo que más odio, al igual que el no-tiempo. Que el tiempo marcado y estipulado, el desdibujado con una puta aguja de compás. Afíname. Atíname. Llévame. Montaña de Huesca. Sigue atenta, que se te distorsiona la dirección. Y creo, creo que cada vez más esto empieza a gustarme: que esté sola, que esté sola. Que cuando llegue, esté sola. Tu olor de entrada. Una higiene de pies y uñas al viento. Se me clava, su olor de botas de rodilla, coño. Ministerios Nuevos. Faltó un tomate tras otro, más espeso que el anterior. Al pesto, y sin dinero. Con tu falda, al viento. Y tu altura, de estatura. Mierda. Mierda. Mierda. Que me cortan las líneas en dos.

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